CABLE A TIERRA
Lo que escribo es reflejo de mi transitar por este mundo, un espejo de lo que soy, de lo que vivo, de lo que me toca ver, soñar, sufrir, imaginar y hasta odiar... lo que rio, lo que lloro y lo que siento a través de otros
abaporu
sábado, 7 de junio de 2014
sábado, 26 de abril de 2014
VÍSPERA
X Violeta Prieto Granada. 21/03/2014.
- No me puedo
quejar, soy dichosa…
- Me apasiona el
trabajo que hago, me entusiasman los seres humanos y esas sus ansias vacías de
aferrarse a la vida.
- Gozo contemplando
sus rostros en ese su minuto final, me deleito con las palabras moribundas y
esos gemidos escatológicos de la expiración.
Siempre me
trastorna la osadía que les caracteriza al desafiarme todos los días, dicen que
están hechos a imagen y semejanza de su creador. Ja ja ja ja, cómo puede caber
tamaña soberbia en seres tan insignificantes.
- Aún recuerdo a
ese joven descarado, Julián, todavía guardo sus pensamientos.
- El viento
peinándole el cuerpo, los hilos veloces de luz urbana, el tronar mecánico del
motor, ese cosquilleo que se le extiende por las extremidades cuando irriga
adrenalina. Ja ja, él jamás podría describirlo como lo hago yo, ese recuerdo
que iba a ser el último, la imagen del excelso Alazán de ébano que ocupaba a su
padre cuando aún en su infancia vivía en la tapera de peones de esa estancia,
ese flash de sus sueños más placenteros en el que el Alazán, al galope, se
confunde repentinamente en una motocicleta. Ja ja, ¡qué pensamientos tan
insulsos, básicos, plúmbeos!
- Hurgaré una vez
más en su memoria…
- Che kane´o che
sy, mi patrón ya sabe de mi deuda, esta mañana llamaron de esa Financiera a la
línea baja de la oficina, che Dios, me fui ningo junto a ello ayer y les dije
que le voy a pagar todito, justo para que no se entere don Rey. Ahora él ya
sabe y se aprovecha, me mandó un rato nomás y ya quiere que vuelva para hacer
el delivery de la noche, he´i, que si no me voy, me va a echar en la calle, no
tiene ko alma ese señor, es la maldá encarnada, ¡che kuerai, mamita!
- Ay, mi hijo,
demasiado te siento, le voy a hablar al capataz para que me dé permiso de irme
junto a vos este domingo mba´e, auque sea para llevarte un poco de manduví y
cecina de la chacra para tu alimento, mi rey, gueno, pe juerza ke, lo que no
mata nos hace más fuertes che memby, y vos sabés bien que nadie muere en la
víspera.
- Carajo, se me
cortó ya otra vez, ndi, comí todo mi saldo. Pe deuda ko che jukata. Para
que piko le presté mi celular a Crecencia, por su culpa ko me vino esa cuenta,
como piko le va a llamar a todos sus parientes a Buenos Aires para pedirles
plata, le dije bien que por ahora allá está muy mal la cosa y que no iba luego
a conseguir nada. Que pio voy a hacer, esta gente me va a matar, mi sueldo
completito ko se va para pagar el celular y la cuota de la moto, tres meses de
atraso, tres meses y ya me quieren quitar el vehículo, y este don Rey
aprovechado.
Julián busca al tanteo
las dos galletas que dejó en la mañana sobre el ropero, esa sería su cena. Hace
ya una semana que Crecencia partió para velar la agonía de su madre en Clínicas
y la casilla estaba desabastecida.
Salió corriendo
bajo la espesa garúa, subió a la moto de un salto, los nervios le enquistaban
la espalda; con un violento gesto arrancó la máquina decidido a procurarse un
regalo, y dando un mordisco al bollo, se dirigió a la autopista cercana.
-
Ahora sí, neike, neike, Alazán...
Encorvó su cuerpo
hacia adelante hasta abrazar el lomo tibio y rugiente de su caballo, cerró los
ojos como siempre, girando al máximo el acelerador… las invocaciones de esa
infancia montaraz y esa sublime sensación de insondable libertad inundaron sus
fervientes venas, ante todas las prisiones que lo agobiaban hacía tanto tiempo.
Ese era su momento de fuga; paradójicamente, el único hilo de ilusión que lo
mantenía vivo.
En la oficina, como
le gustaba llamar a ese seboso y rancio restaurante, ya le aguardaban cinco
encargos y un jefe resoplando improperios; tejió hasta la medianoche esos
derroteros, entre la bruma que se levantaba del asfalto, extenuado, y con
enorme desazón terminó de bajar la cortina de metal del garito… al final de la
noche, don Rey le había negado el préstamo.
Miró por unos
largos segundos a esa su máquina liberadora, le invadió una tristeza que no
había sentido nunca, ni cuando Crecencia había perdido ese hijo; mañana, bien
temprano, le llevarían la nave por falta de pago, se quedaría sin el rocín del
escape, qué sentido tendría ya su vida.
Le sorprendieron
unas lágrimas que rodaron hasta caer sobre el cuero de la montura. Planeó
entonces su propia muerte, así como la había visto en sueños; sería al
galope vertiginoso del Alazán, tocando la estela que en su carrera va
dejando la esquiva libertad.
Lo monta lloroso,
consciente de que será la última, e inicia el ritual… una vez en la autopista
decide que, por ser la despedida, puede darse el lujo de hacer lo imposible y
encarnar completamente su sueño. Acelera a fondo, cierra los ojos y espera
sentir el vértigo de la celeridad; entonces, de un salto se pone de rodillas y
abre los brazos como el Cristo. El flujo de la adrenalina lo anima a ponerse de
pie y en ese momento abre los ojos, puede sentir el estallido de su alma
liberándose y despidiéndose de este mundo.
- Ja ja ja, que
lástima, Julián, no comprendiste nunca tu condición, esas cosas no las decide
una larva, siempre que tú quieras será la víspera, acaso no advertiste que tu
destino es ser cautivo.
Julián despertó
días más tarde. A los pies de la cama, su madrecita; en la de al lado, la
agonizante doña Ana, madre de Crecencia.
No tardó en
percibir que le faltaban ambas piernas y una de las manos, tenía un rosario de
puntos quirúrgicos que le rodeaba la cabeza, pero milagrosamente seguía vivo.
sábado, 29 de marzo de 2014
domingo, 9 de junio de 2013
RITO
RITO
Por Violeta Prieto Granada
Al primer tropicalista,
Oswald de Andrade.
Despertó antes que
el alba, muy concentrado en su nueva tarea.
Después de haber
luchado en tantas batallas y enfrentado habilidosos adversarios no esperaba
descubrirse ansioso, este sentimiento lo sorprendió cuando dormía. Sus sueños
solían traicionarlo a menudo, rememorándole alguna escena bélica en la que
terminaba herido y sintiéndose morir…
- Dicen que los
sueños existen para predecir el futuro, pensaba Abaporu,-
pero qué obviedad tan certera anticipan los míos…
Incorpora su
desafiante figura y deja ver esos miembros disonantes; una anatomía acopiada
con tal falta de armonía. Imponente altura que fuera atribuida en leyenda a las
aventuras amorosas de su madre con las araucarias del monte, fortaleza
inexpugnable gestada con la sabia de los quebrachos que corría por sus venas.
Ni él ha podido tener noticia del que fuera su padre, y Keraná sabía guardar
muy bien los secretos…
Después de la
muerte de Tau y de criar a su descendencia marcada por el estigma, Keraná se
escapó para vivir sola en el bosque, tejiendo profundas relaciones con la
naturaleza, de esos lazos fue engendrado Abaporu. Destetado precipitadamente
adopta al monte como matrona, alimentándose de sus entrañas y aprendiendo
primeramente el lenguaje de las fieras, antes que el de su estirpe.
Se dispone a
ingerir su primer alimento del día levantando el brazo derecho, enorme y
fibroso, para alcanzar el panal, bebe y seca su boca con el izquierdo,
semejante a una rama fina y quebradiza de guayaba. Luego se pone en marcha
movilizando sus gigantescos pies que, paradójicamente, no generan sonido alguno
entre los matorrales. Se desplaza como un fantasma, un espectro alto y deforme
que sobrevuela las matas.
La nariz
desproporcionada desentona horriblemente el conjunto de su rostro, vibrante
advierte los olores y lo guía. Mediante sus prácticas caníbales ha logrado
hiperdesarrollar miembros de su cuerpo y rediseñarlo íntegramente para la
cacería; Abaporu aprendió esta práctica de su madre.
Moviliza una de sus
amplias orejas al escuchar el eco del quejido de su contrincante, con el que se
batió en duelo nocturno, por horas, hasta darle herida de muerte. Siempre hay
que procurar mantenerlos con vida. Una vez concluida la contienda, lo depositó
en la cueva para que los gritos no interrumpieran su descanso.
A medida que iba
ingresando descubría que los quejidos aparentes se convertían en ahogados
gritos.
Abaporu miró
fijamente al guerrero que yacía tendido en la roca, lo analizó y empezó a
rememorar sus movimientos durante la contienda, de inmediato individualizó los
miembros que habían tenido mejor desempeño, y así pronto consiguió determinar
la habilidad especial de aquel hombre. En ese mismo lugar preparó la ceremonia
y en horas de la siesta se dio el festín sagrado. Con el crepúsculo, arrojó los
restos al río.
En todos los
pueblos de la región su nombre era el sinónimo de terror y esa fama se la había
ganado no solo por el sublime nivel espiritual que le había insuflado al rito
antropofágico, rito que al fin y al cabo era común a la mayoría de las culturas
locales, sino más bien por esas capacidades que, a través de dicha práctica,
había potenciado en su anatomía, desarrollando desmedidamente aquellos órganos
que ingería con asiduidad. Testimonio viviente de que las destrezas se
incorporan con la ingesta, aficionado a la experimentación, había llevado el
rito a la perfección y a su cuerpo al límite de lo imposible. En esos andares
fue descubriendo que no tenía el mismo efecto consumir criaturas del monte y
las aguas, como las de su propia especie…
No protegía a
ningún pueblo, tampoco odiaba a nadie, solo combatía y mataba a los grandes
guerreros de todos los lares para darse el gusto de consumir la carne de su
miembro más sagrado.
- Tupá ha dotado a
cada uno de un don divino, decía, - y depende de cada cual
desarrollarlo a cabalidad.
Hacía muchos años
que no probaba otra presa que la humana, y cada mañana despertaba con un nuevo
trofeo.
Keraná lo vigilaba
y estaba al tanto de su actuar; a menudo le pedía favores que a él no le
agradaban, como raptar jóvenes y madres para traérselas. El insaciable apetito
de su madre se convirtió en un manantial de belleza, juventud y fertilidad
infinitas. Pero a ella nadie la odiaba porque nunca había sido vinculada a esos
actos. Las mujeres desaparecían e inmediatamente Abaporu era culpado de salvajes
atropellos sexuales y muertes.
Sonaban los gritos
de las mujeres en la negrura encapotada del bosque, en esos días de luna nueva
cuando Keraná iniciaba su ciclo de sacrificios. Creció así la creencia de que
Abaporu las tenía presas y que solo en esas noches de luna las dejaba bañar en
el río para luego retornarlas al encierro, no sin antes tomar una elegida para
el festín. Los rumores lo confundieron en ira y tristeza, se sentía
profundamente agraviado porque le atribuían la degradación del sagrado rito. No
podía concebirse ingiriendo débiles partes femeninas.
Pero más allá del
solemne salvajismo de su temple, temía y conocía el poder de su madre, de hecho
en sus sueños de muerte se repetía una escena en la que su cuerpo era
desgarrado por las fauces de Keraná. Por eso hace un tiempo la andaba evadiendo
escondiéndose entre los esteros mientras planeaba perderse hacia los montes del
norte.
El hastío le invadió un día de tanto soportar los asajé haku1 en el pantano, y resuelto la encaró con tenaz negativa a seguir cómplice de sus planes.
El calor irritante
de una húmeda tarde en la que despuntaba la luna nueva, bastó para que
emergieran ebrios vengadores con lanzas, antorchas y sus kambuchi2 rebozados de chicha. Le temían, pero
la locura los gobernó desde el rapto de las últimas mujeres. Enajenados
propiciaron el incendio del ka´a
guazú3 sin ponderar sus propias vidas.
Avaporu alertó el
gemido de las fieras ardientes mientras procuraba un guerrero de otra tribu. De
pronto, un súbito embate de frío punzón lo detiene y como ráfaga se propaga el
penetrante dolor hasta tocar su alma. Mira la herida y atónito reconoce el
arma. Con un reflejo ofensivo se voltea y no da crédito a lo que ven sus ojos,
paralizado por el estupor recibe sin oposición el ataque de sus siete
semihermanos que lo rodean. Escucha a lo lejos la voz de orden de Keraná.
Abatido, cae y abraza las raíces descubiertas de un guatambú.
Tambores y lamentos saturan esa phyhare pohýi4; como cada
luna nueva, se prepara el ritual, pero esta vez la carne virgen se ha adobado
con la savia del quebracho y la araucaria.
1 siestas calientes
2 cántaro
3 bosque grande
4 noche pesada
sábado, 8 de junio de 2013
DIMITTAM - apelef̱theró̱soun – LIBERACIÓN
LIBERACIÓN
- DIMITTAN - APELEFTHERÓSOUN
Dedicado cariñosa y entrañablemente a Eva, la
madre de todos.
Escrito encontrado en un
pergamino antiguo, según la prueba de carbono de aproximadamente 1600 años…
El joven, desde la nueva posición donde se encontraba, podía voltear a contemplar impotente a sus compañeros y familiares, de espaldas, absortos y atrapados por las imágenes proyectadas en las paredes rocosas.
Para zafarse de las cadenas profirió un esfuerzo colosal quedando tembloroso, aturdido y con un gusto desabrido en la boca, tanto, que le costó discernir si la escena que estaba presenciando se trataba de un sueño; mientras se despabilaba, avanzaba sin pausa hacia la luz, una luz encandilante y enceguecedora que lo atraía. De pronto, no vio nada más, ni una silueta, ni sombra, ni contorno, nada, solo luz y su blancura extrema. Y como se había alejado tanto, ningún sonido llegaba a sus oídos.
Sintió entonces un vértigo espeluznante que le
recorría las entrañas, entendió que podría ser el efecto inquietante de esa
caminata en el vacío que experimentaba. Del vértigo evolucionó al miedo, miedo
a lo desconocido pues empezó a comprender que estaba incursionando en un
espacio-tiempo diferente al familiar. La situación hizo aflorar de su
subconsciente el recuerdo vago de sensaciones experimentadas durante el parto
que lo vio nacer.
Su cuerpo ya no le respondía, su mente daba la orden de volver y abortar el itinerario, pero sus extremidades quedaron paralizadas. Por unos segundos se concibió enajenado y sintió cómo la locura se apoderaba de su sensatez. Los siguientes segundos transcurrieron en un eterno blanco, mente en blanco, luego desvanecimiento y caída libre… y de súbito, gran conmoción por el estrepitoso choque con una superficie de agua fría, donde el cuerpo entero volvió en sí para instintivamente movilizar la musculatura e impulsarse hacia la superficie en busca del oxígeno vital.
Cuando por fin el joven asoma la cabeza, nota que ha recobrado la visión pues consigue distinguir siluetas en el horizonte. Se percata de que su caída ha sido sobre el cauce de un río. Volteando divisó la boca de la caverna en lo alto de un risco y, en el otro margen, la silueta de una urbe. Atraído por las formas de la ciudad avanzó hasta dar con la orilla donde se paró por unas horas a examinar su perfil en el horizonte y a secar sus ropajes, pues le avergonzaba la idea de presentarse desaliñado ante aquella civilización.
Tan solo oteando el paisaje urbano desde lejos, se percató que no podría, por más esfuerzo que hiciese, catalogar aquella sociedad con alguna conocida por él y su escuela. Se rindió, entonces, ante aquel ejercicio y comenzó a alimentar desmedidamente su curiosidad.
Cuando notó su túnica seca, emprendió el camino hacia el objeto de su inquietud. Nunca había percibido el sol y la luz como en aquel lugar, nunca había sentido el agua como en aquel territorio. Pronto, sus pies se encaminaron por una senda construida con roca; ni la roca, ni la arena que se colaba entre sus dedos y a través de las sandalias, habían sido tan perfectas jamás.
Durante los minutos que duró su recorrido le invadió una nostalgia de su pueblo, y comprendió que todo lo que había vivido y aprendido en él eran como una mala copia de las cosas que veía en ese lugar. Por doquier, granjas, caballos, árboles perfectos.
Pronto llegó a la ciudad y pudo ver casas, palacios y templos construidos con líneas claras y estilos diáfanos; luego, los ciudadanos con sus ropajes y aspecto de dioses. El conjunto paisajístico le parecía increíble, era como estar soñando despierto, pues ese lugar sintetizaba la esencia de todo lo que había conocido en su vida, junto con muchas otras cosas que desconocía, pero que gozaban de una precisión sobrenatural.
Su conocimiento adquiría mayor sentido a partir
de contemplar esa realidad. En un segundo, miles de preguntas obtuvieron
respuesta, numerosos objetos y mecanismos desnudaban su funcionamiento ante sus
atentos ojos. De pronto, todo era tan obvio y tan sencillo.
Lo asaltó entonces el inmenso placer que desencadena el descubrimiento; esa emoción, que durante su vida había sido escasa, allí lo inundaba como un interminable orgasmo cósmico. Podía percibir a flor de piel las infinitas conexiones con todas las cosas, la energía que lo vinculaba con todo lo existente.
Caminó por unas horas, errante y obnubilado por la inmensa metrópoli, hasta que, sin percatarse, sus ojos se posaron en las ondas radiantes que conformaban el tocado de la que fuera la más hermosa criatura que hubiese visto en su existencia. Cuando la vio se concibió indefenso. Su belleza era capaz de deconstruir cualquier argumento o postulado de la razón. La gracia de la criatura lo paralizó por completo y solo pudo quedarse extasiado, contemplándola sin ningún pudor.
Como una graciosa gacela, la criatura se le acercó y alcanzó a contemplar sus facciones, que conservaban unas proporciones híbridas donde no podía distinguirse género. Esto aumentaba exponencialmente su belleza, pues constituía todo un misterio.
Una voz brotó de su garganta y le habló en un idioma cantado, un idioma inteligible, pero no era la lengua del pueblo del filósofo. Era una lengua que el joven podía entender pero que, paradójicamente, nunca antes había escuchado.
Esto la hizo aun más hermosa. Consideró que era
capaz de cualquier cosa para poder tenerla, apoderarse de ella y llevársela de
allí. Sin ninguna lógica esos pensamientos lo gobernaban y sintió cómo sus
instintos afloraban sin inhibiciones.
- ¿Quién eres? –le preguntó la criatura.
El solo quería contemplarla y fusionarse con
ella en un solo cuerpo, para incorporar su perfección absoluta eternamente; por
tanto, no le contestó, pero su idioma gestual hablaba a las claras sobre su
sublime fascinación, y esto pareció conmoverla.
- Yo soy la Culpa –agregó ella, dando pie para que él entrara a integrar el diálogo. Pero se trataba de un ejercicio infructuoso, pues el hombre no conseguía proyectar su voz.
Tomó de nuevo la iniciativa y profundizó agregando:
- Soy
la causa de innumerables locuras y muertes, soy la Culpa.
Al parecer, se había sentido muy atraída por el filósofo, pues a partir de ese momento no lo dejó solo un segundo.
Empezó, entonces, el joven a experimentar una especie de letargo mental; se percató de que, en su presencia, había perdido completamente la capacidad de discernir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. Esa presencia actuaba como un fuerte inhibidor de sus funciones racionales.
Ella lo siguió y él también, fueron a la deriva… en el camino descubrió que todo ese mundo de perfección estaba contenido íntegramente en la persona de la Culpa.
Así que, en un atisbo de cordura, decidió llevársela de allí al mundo que le pertenecía y podía regir. Cruzó el río cargándola en andas y la subió por el risco, ingresando a la cueva; fabricó unas cadenas para colocárselas y la sentó a contemplar las figuras que emanaban de la luz.
Le llamó la atención la sensación de pequeñez que experimentó al volver del viaje, una extrañeza ligada a la precariedad del mundo que lo había criado y formado, pero se sintió satisfecho porque tenía compañera, una compañera con las facciones de la eternidad.
Pronto se acostumbró nuevamente al mundo de las sombras, al tiempo que revelaba cambios radicales en el comportamiento cotidiano de la gente de su pueblo.
Encontró que las personas se mostraban cada vez más desinhibidas y permisivas, respiró aires de libertad en las calles, percibió las puertas de los templos tapiadas y los sacerdotes y sacerdotisas pululando por las calles pidiendo limosna. Nadie ya los visitaba y tuvieron que abandonar los santuarios.
Pudo ver, escandalizado, a las mujeres llevando pergaminos bajo los brazos y debatiendo en las ágoras, los niños criándose en grupos dirigidos por clanes de matronas que abandonan el gineceo para lanzarse a las calles y enseñarles las experiencias de la vida, desde las más sublimes a las más crudas.
Las mujeres, trabajando y argumentando a la par que los hombres, sin pudor, vergüenza, tapujos ni complejos, compartiendo jerarquías en el mando y la administración de la aldea. Algo de esa ciudad perfecta se había colado entre sus ropajes y había contaminado el aire del pueblo.
Sin embargo, él se sentía cada día más miserable, toda su capacidad intelectual se había consumido en el solo acto de la contemplación extasiada de su compañera, lo cual lo atrapaba y no podía sentir más que una profunda e inagotable tristeza.
En una forzada indagación; de pronto, alcanza a descubrir que el origen de tanta tristeza era esa honda culpa que sentía, sí, se sentía culpable de los cambios acontecidos y se percataba que ya nunca sería como antes.
Un día, estando solo en el ágora, se le acerca un niño que, tomándolo de la mano, le llama por su nombre:
- ¿Eres tú, Aristóteles? –esto lo despabila por unos minutos de su letargo.
- Sí –contesta él.
- Eres el anciano más notable del orbe –le dice el niño, y él no comprende.
- Gracias a tu viaje, nuestro mundo se ha liberado y eso no lo olvidaremos, te estaremos agradecidos por siempre.
- ¿Liberados de qué?
- Nos eximiste de la Culpa, ella ya no tiene un arquetipo, así que no se
proyecta hasta nosotros; tú te sacrificaste por todos, la trajiste a vivir
entre nuestra gente para que nos diéramos cuenta, al fin, de que solo se
trataba de una insignificancia. El
gran obstáculo a todo lo más creativo, al pensamiento más positivo era esa
Culpa; gracias a ti se deconstruyeron muchos templos que habían montado sus
cimientos en ella, numerosas estructuras se desmoronaron, muchas madres dejaron
de llorar y las mujeres, sobre todo ellas, se liberaron del yugo. Diste la vida
por tu pueblo y esa acción fue mejor que un millón de ideas y razonamientos. ¡Gracias!
POR AMÉLIE POULAIN
2013
CANCIÓN
DE CUNA
Por Violeta Prieto Granada
Acogedor crujido de maderas, rítmico vaivén que en acompañamiento melódico entretejía notas con los latidos y la voz.
Acogedor crujido de maderas, rítmico vaivén que en acompañamiento melódico entretejía notas con los latidos y la voz.
…Por la blanda arena
que lame el mar
su pequeña huella
no vuelve más…
Yo la miraba extasiada, abrazada a su pecho rebosante de emoción. La miraba desde abajo con la perspectiva de pequeña niña, con un oído pegado a su corazón y el otro abierto a la música que flotaba en el aire, meciéndome en el pequeño barquito atacado por las rítmicas olas del mar, dejándome llevar.
…Arrullada en el canto
de las caracolas marinas.
La canción que canta
en el fondo oscuro del mar
la caracola…
¿Qué podría pasarme? Sentía la seguridad de su calor y su inmenso amor, pero también su tristeza…
Te vas, Alfonsina,
con tu soledad.
¿Qué poemas nuevos
fuiste a buscar?
Una voz antigua
de viento y de sal
te requiebra el alma
y la está llevando…
Recuerdo su rostro clavado en el horizonte, me recuerdo mirándola, las dos inmersas en el mismo movimiento. Su cara era la figura contra el fondo teñido de manchas de velocidad, luces y colores de la habitación que se resumían en trazos y líneas; desde arriba para abajo, y desde abajo para arriba, percibir su perfume de siempre era sentir su nombre traducido en aroma y un sinónimo absoluto de seguridad.
La abracé muy fuerte esa noche, la abrace tanto que interrumpió por un segundo su canto, sus ojos me miraron y me rodeó con sus brazos. Nunca olvido el suéter rojo de punto cruz, de suave lana, tampoco olvido el frío de ese invierno y su calor.
Sin pausa la mecedora continuaba la danza, y a Alfonsina se la estaba tragando el mar. Cerré los ojos y sentí que estaba allí junto a ella, mirándola desde mi cálido barquito, no te preocupes, el mar te arrullará como a mí, déjate llevar, es un sueño, un sueño con Alfonsina.
De pronto, la humedad de ese océano se hizo sentir en mis mejillas, dos pequeñas gotas me despertaron, me incorporo y la miro.
- Mami, ¿por qué estás llorando? -pregunta una vocecita ronca de sueño.
Y por primera vez el vaivén se detiene, sus dedos se cuelan entre mis cabellos acariciándome y colocando mi cabeza de vuelta junto a su pecho.
- Es por Alfonsina, la soledad se la llevó lejos…
- ¡No, mami, fue el mar, el mar la llevó, ella no sabía nadar!
Siento que me estrecha con fuerza y el palpitar de su corazón se acelera.
- Sí, pero se encontró con las sirenitas y los caballos de mar,
las olas la hamacaron en ese mundo de colores, de agua y de sal, se fue a vivir con ellos porque se sentía muy sola.
Hoy, después de tanto tiempo todavía lo recuerdo como si fuese ayer. Estoy segura que pensaba en su madre criándola lejos, en el exilio; también creo que se vio a ella misma cuidándome, condicionada por su propio exilio, acompañada de la soledad.
* Con
citas textuales de la canción «Alfonsina y el mar», compuesta
por Ariel Ramírez y escrita por Félix Luna.
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